DÍA DE MUERTOS EN TEPOZTLÁN
(Miquiztli en Tepoztlán)
Una fecha esperada por las familias tepoztecas, es una tradición mexicana de origen prehispánico, que persiste y ha conservado su autenticidad, gracias al cuidado que han puesto al irlas transmitiendo de generación en generación, casi sin cambio alguno.
Por: Miguel A. Robles Ubaldo
Esta festividad se inicia el 18 de octubre, día de San Lucas al doblar las campanas de las iglesias que conforman los barrios de Tepoztlán, así se llaman a las ánimas benditas. A partir de ese día los mayordomos recorren su barrio, pidiendo casa por casa una cooperación económica a los vecinos, acompañados por una pequeña comitiva, que porta una campanita pregonando su presencia, llevando también un plato que lleva un crucifijo o una estampa religiosa, con unas flores en donde los feligreses depositan su limosna para las almas benditas que se destinará para su misa.
El 28 de octubre se conmemora el día de los “matados;” Es decir aquellos que murieron de manera violenta, que de acuerdo a las creencias de nuestro pueblo es cuando Dios les permite visitar a sus deudos, a ellos se les espera con una ofrenda acorde con las posibilidades familiares. El 31 de octubre día de los muertos “chiquitos,” nos referimos a todos los niños que murieron antes de llegar a la adolescencia; en la ofrenda que se les pone a ellos se incluye el juguete predilecto en vida.
El primero de noviembre día de los muertos “grandes.” En cada fecha a los santos difuntos se les espera con una ofrenda, a los muertos chiquitos se les pone todo lo que al niño le gustaba comer en vida: arroz con leche, dulces, pan de muerto, frutas de temporada que son indispensables en el adorno del altar, ceras adornadas con listones azules o rosas según sea niña o niño.
Al día siguiente el primero de noviembre se retira la ofrenda de los muertos chiquitos y se pone otra con el mismo respeto, en donde prevalece el color negro, es indispensable el incienso de copal en el sahumerio de color negro con brasas de carbón, para purificar el lugar. Se colocan flores de cempasúchil y cocozatón, éstas se colocan en ramos en la entrada de la casa.
Las flores se desmenuzan y sus pétalos son esparcidos desde la entrada hasta el lugar donde se ubica el altar con la ofrenda, formando un camino. A las tres de la tarde la persona mayor de la casa presenta la ofrenda al difunto o difunta que esperan, quien grita sus nombres, pidiendo disculpas por lo poco que se ofrece, pero que se hace con respeto y cariño que ellos se merecen.
La comida que se les ofrece consiste en: mole rojo o mole verde, ambos si hay posibilidades económicas, tamales blancos y gordos de maíz con una buena cantidad de manteca, un pollo cocido, las tortillas, arroz con leche, frutos de la región y temporada, sal, agua bendita, calaveras de azúcar con el nombre de las personas esperadas, un chiquigüite entre otras cosas, todos los utensilios que se utilizarán deberán ser nuevos, además se debe tomar en cuenta a José Jaulero, difunto que al no tener ningún pariente que lo espere, se junta con los difuntos de algunas familias, para él y en plato aparte se le ponen las vísceras del pollo, las patas, con el propósito de tenerlo contento y no arrebate o destruya la ofrenda dedicada al difunto de la casa.
El primero de noviembre, al anochecer, nuestras calles se ven invadidas por una gran multitud de niños y niñas, que con sus calaveras, la mayoría hechas de chilacayotas, unas de carrizo forradas con papel de china o bien de bote pero todas decoradas artísticamente con dibujos alusivos a la muerte, recorren de puerta en puerta, casa por casa y barrio por barrio pidiendo al grito de: “una limosna para mi calavera,” a este grito en los últimos años se le ha agregado el canto de: “Mi calavera tiene hambre, no hay un pedazo de pan, no se lo acaben todo, déjenme de la mitad, taco con chile, taco con sal, mi calavera quiere cenar.” los niños y niñas llevan sus bolsas de dulces, cacahuates, frutas, galletas, pan, etc.
Los jóvenes para estas fechas elaboran sus muertes carrizo y forradas con papel de china, salen a las calles a bailar la muerte que es acompañada con la música de un órgano melódico de boca. Los jóvenes para estas fechas elaboran sus muertes carrizo y forradas con papel de china, salen a las calles a bailar la muerte que es acompañada con la música de un órgano melódico de boca. Los adultos en algunas esquinas de las calles, colocan fogatas y al lado de ellas están las ollas de barro, donde se preparan los ponches de naranja agria, de leche, de guayaba, canela o tamarindo que son una delicia. Ahí llegan los corridistas que entonan viejas canciones acompañados de sus guitarras y bajos quintos.
Es costumbre nuestra celebrar la octava noche, donde nuevamente se ponen las ofrendas, se vuelve a pedir limosnas para la calavera y al día siguiente la población asiste al panteón a visitar las tumbas de sus difuntos. El sacerdote celebra misa en ese lugar y reza los responsos que le solicitan los familiares del difunto. Los músicos también están ahí, esperando el llamado de algún familiar para interpretar las melodías favoritas de la persona ya fallecida.
Al atardecer conforme entra la noche el panteón adquiere una bella visión mística, sólo vista en esa ocasión todas tumbas están adornadas con flores e iluminadas por las velas y veladoras.
El espacio se ve envuelto por el humo que sale de los sahumerios, impregnando el ambiente con el olor aromático del copal que sale de ellos, a medida que avanza la noche, los habitantes de Tepoztlán se van paulatinamente retirando del panteón, despidiéndose de sus difuntos prometiéndoles volverlos a esperarlos el siguiente año.